GERMANA DE FOIX, ESPOSA DE FERNANDO EL CATÓLICO
Seguro que, al ver este título, algunos habrán pensado que me he equivocado o que me he fumado o bebido algo, que me haya sentado mal. Pues ni lo uno, ni lo otro. Esta mujer fue la segunda esposa de Fernando el Católico, tras la famosa reina Isabel I de Castilla, que todos conocemos, aunque sólo sea por la famosa serie de TVE.
Sus padres fueron Juan de Foix,
conde de Estampes y vizconde de Narbona, y María de Orleans, hermana de Luis
XII de Francia.
Como era costumbre en aquella época,
para darse a conocer y gozar de los favores del rey y los nobles, la enviaron con
sólo 6 años, a educarse en la corte real.
Por entonces, en España, había
muchos problemas a causa del testamento de la reina Isabel, datado en 1504.
En él se decía que, dado el agravamiento del
desequilibrio mental de su hija Juana y la enemistad de su yerno Felipe el hermoso,
la única posibilidad era que Fernando sería el gobernador de Castilla, mientras
Juana se hallara en Flandes, donde solía permanecer habitualmente, por estar junto
a su marido.
En el caso de que no se quisiese
hacer cargo de sus reinos, esperar hasta que su hijo Carlos, cumpliera los 20
años y tomara posesión del trono.
El problema es que, a la muerte
de la reina Isabel, Felipe, apoyado por los franceses, quiso reclamar el poder
que le correspondía a su esposa e hizo una llamada a todos los castellanos
descontentos para que se pusieran de su parte.
Ante este estado de cosas, como
Fernando siempre fue muy hábil en los negocios de la Corona, y a fin de
eliminar el apoyo francés a Felipe, decidió casarse con Germana de Foix. A la
vez, pactó que, si naciera un futuro hijo de ese matrimonio, heredaría el reino
de Nápoles, indemnizaría a los nobles napolitanos que apoyaron a los franceses
en la guerra de Italia y pagarían los gastos producidos por la guerra.
Evidentemente, Luis XII, tendría
que renunciar a todas sus aspiraciones al reino de Nápoles y dejaría de apoyar
a Felipe el hermoso.
Me imagino cómo habría recibido
el rey francés este envite. Seguro que pensaría que estaba alucinando y se le
harían los ojos chiribitas, pues llevaba ya varios años derramando sangre y
dinero de Francia con el objetivo de conquistar Italia y siempre había fracasado
ante las tropas castellanas.
Este matrimonio se celebró a toda
prisa en 1506, tras la firma del Tratado de Blois, no fuera que Fernando
cambiara de opinión.
La novia era muy joven, poco más
de 18 años, aunque en aquella época las mujeres se casaban aún mucho más
jóvenes. Sin embargo, Fernando, ya tenía 53 años.
Este matrimonio podría poner en
peligro la unión de Castilla y Aragón, pero alejaba este último reino de las
garras de los Austrias. Eso no gustó a muchos nobles.
En 1509 vino el fruto de esta unión.
Nació en Valladolid Juan de Aragón. El problema es que vivió muy pocas horas y
el problema continuó.
Felipe no se amilanó. Al llegar a
España en abril de ese año, fue recibido por multitud de nobles y se decidió a
tomar el poder en nombre de su esposa.
Fernando el católico no tuvo más remedio
que firmar la Concordia de Villafáfila y renunciar a ser gobernador perpetuo de
Castilla. Así que se retiró a sus reinos en Aragón.
En septiembre de ese mismo año,
se produjo, por sorpresa, la muerte de Felipe y el cardenal Cisneros se apresuró
a escribir a Fernando para que volviera a Castilla.
En 1512, se volvieron a enfrentar
los franceses y los españoles, pues los galos pretendieron apoyar una revuelta
contra el Papa Julio II, aliado de Fernando.
Ese mismo año, se produjo la
muerte de Gastón VI de Foix, hermano de Germana. Por ese motivo, ella reclamó
sus derechos a la corona de Navarra contra la familia reinante de los Albret.
Como la cosa no estaba nada
clara, Fernando, apoyado por unos miles de partidarios en Pamplona, decidió invadir
ese reino y anexionarlo a Castilla en 1515.
Fernando siempre estuvo muy preocupado
por tener un hijo de su nuevo matrimonio. Alguien le recetó un medicamento que
le sentó mal y, cuando se hallaba a la altura de Madrigalejo (Cáceres), enfermó
de hidropesía y murió en enero de 1516, con sólo 63 años.
En su testamento intentó darle la
máxima protección a su esposa, encargando a su nieto, Carlos, que siempre se la
considerase como la reina que fue.
Unos años después, para no perder
el favor de su sobrino, aceptó casarse con el marqués Juan de Brandeburgo. La razón
estaba en que éste era el hermano de uno de los electores para el Imperio y
necesitaba su voto para ser coronado emperador.
Parece ser que esta vez no tuvo
la misma suerte, porque el marqués, que estaba arruinado, gastó la fortuna de
ella y la trató muy mal.
Al final, tuvo más suerte, porque
este matrimonio fue muy breve y sólo le duró entre 1519 y 1525.
En 1526, ya con nada menos que 38
años, algo equivalente a los 50 años de ahora, le salió un nuevo pretendiente.
Se trataba de Ferrante de Aragón,
duque de Calabria y príncipe de Tarento, hijo del antiguo rey de Nápoles,
Federico II.
Realmente, Ferrante, había sido obligado
a residir en la corte de Castilla, para que no se rebelara en Nápoles y
reclamara su reino.
En 1505, había sido nombrado
virrey de Cataluña, pero, con ocasión de la guerra de Navarra, se puso del lado
francés, siendo encarcelado en el castillo de Játiva entre 1512 y 1522.
El emperador le devolvió la libertad
por su buen comportamiento, pues, cuando sucedió la guerra de las Germanías,
los sublevados lo quisieron poner en libertad para que encabezara el movimiento,
sin embargo, él se opuso a salir de su celda.
Así que, entre otros premios, le
ofreció casarse con nuestro personaje, lo cual estaba muy bien, porque ella era
rica y él no tenía dónde caerse muerto.
La boda se realizó en 1526 y no
estuvo exenta de críticas, por ser una boda de conveniencia. Además, según parece,
ella ya estaba muy gordita y no era nada agraciada.
El emperador siempre la tuvo en mucha
estima y la premió con varios cargos como los de lugarteniente de los reinos de
Aragón y Valencia, la presidencia de varias cortes celebradas en esos reinos,
etc.
Por su parte, ella le cedió al emperador
todos sus derechos sobre lo reinos de Nápoles y Navarra.
A lo mejor, por eso, en 1523, la
nombró virreina de Valencia y le encargó la pacificación del reino tras la
revuelta de las Germanías. También le encargó actuar con dureza contra los
cabecillas de la misma y su colaboración en la nueva política para convertir al
mayor número de musulmanes al cristianismo.
De igual modo, tuvo que luchar
contra la piratería procedente del norte de África, y contra la rebelión de los
moriscos.
La corte que montó en Valencia
tuvo mucha fama por su apoyo a los músicos y a los literatos de su tiempo.
Murió en 1536, con sólo 49 años, en
un monasterio de los jerónimos, después de llevar una vida con un gran protagonismo
político, algo inusual en una época donde a las mujeres no se les permitía hacer
casi nada.
Hoy en día se ha propagado la
hipótesis de que Germana hubiera tenido algún tipo de relación con el emperador
Carlos, fruto de la cual nació una hija en 1518, que fue encerrada a
perpetuidad en un convento. Realmente, en este caso, todo son conjeturas y no
hay nada probado al respecto, aunque sí se dice algo de una hija en el testamento
de Germana.