FERNANDO III -Rey de Castilla- -Impulsor de la Catedral de Burgos-
FERNANDO III, llamado posteriormente REY SAN FERNANDO (Valparaíso, Zamora *, 1199/1201 [*dato de nacimiento sobre el que no hay acuerdo histórico] –
Sevilla, 1252).
Unió definitivamente las coronas de Castilla y León.
Reconquistó casi toda Andalucía y Murcia. Los asedios de Córdoba, Jaén y
Sevilla y el asalto de otras muchas otras plazas menores tuvieron
grandeza épica. El rey moro de Granada se hizo vasallo suyo. Una primera
expedición castellana entró en África, y nuestro rey murió cuando
planeaba el paso definitivo del Estrecho. Emprendió la construcción de
nuestras mejores catedrales (Burgos y Toledo
ciertamente; quizá León, que se empezó en su reinado). Apaciguó sus
Estados y administró justicia ejemplar en ellos. Fue tolerante con los
judíos y riguroso con los apóstatas y falsos conversos. Impulsó la
ciencia y consolidó las nacientes universidades. Creó la marina de
guerra de Castilla.
Protegió a las nacientes Ordenes mendicantes de franciscanos y
dominicos y se cuidó de la honestidad y piedad de sus soldados. Preparó
la codificación de nuestro derecho e instauró el idioma castellano como
lengua oficial de las leyes y documentos públicos, en sustitución del
latín. Parece cada vez más claro históricamente que el florecimiento
jurídico, literario y hasta musical de la corte de Alfonso X el Sabio es
fruto de la de su padre. Pobló y colonizó concienzudamente los
territorios conquistados. Instituyó en germen los futuros Consejos del
reino al designar un colegio de doce varones doctos y prudentes que le
asesoraran; mas prescindió de validos. Guardó rigurosamente los pactos y
palabras convenidos con sus adversarios los caudillos moros, aun frente
a razones posteriores de conveniencia política nacional; en tal sentido
es la antítesis caballeresca del «príncipe» de Maquiavelo.
Fue hábil diplomático a la vez que incansable impulsor de la
Reconquista. Sólo hizo la guerra bajo razón de cruzada cristiana y de
legítima reconquista nacional, y cumplió su firme resolución de jamás
cruzar las armas con otros príncipes cristianos, agotando en ello la
paciencia, la negociación y el compromiso. En la cumbre de la autoridad y
del prestigio atendió de manera constante, con ternura filial,
reiteradamente expresada en los diplomas oficiales, los sabios consejos
de su madre excepcional, doña Berenguela.
Dominó a los señores levantiscos; perdonó benignamente a los nobles
que vencidos se le sometieron y honró con largueza a los fieles
caudillos de sus campañas. Engrandeció el culto y la vida monástica,
pero exigió la debida cooperación económica de las manos muertas
eclesiásticas y feudales. Robusteció la vida municipal y redujo al
límite las contribuciones económicas que necesitaban sus empresas de
guerra.
Como gobernante fue a la vez severo y benigno, enérgico y humilde,
audaz y paciente, gentil en gracias cortesanas y puro de corazón.
Encarnó, pues, con su primo San Luis IX de Francia, el dechado
caballeresco de su época.
Su muerte, según testimonios coetáneos, hizo que hombres y mujeres
rompieran a llorar en las calles, comenzando por los guerreros.
Más aún. Sabemos que arrebató el corazón de sus mismos enemigos,
hasta el extremo inconcebible de logar que algunos príncipes y reyes
moros abrazaran por su ejemplo la fe cristiana. «Nada parecido hemos
leído de reyes anteriores», dice la crónica contemporánea del Tudense
hablando de la honestidad de sus costumbres. «Era un hombre dulce, con
sentido político», confiesa Al Himyari, historiador musulmán adversario
suyo. A sus exequias asistió el rey moro de Granada con cien nobles que
portaban antorchas encendidas. Su nieto don Juan Manuel le designaba ya
en el En-xemplo XLI «el santo et bienauenturado rey Don Fernando».
– Puedes ver la plaza que en Burgos, y junto a la catedral, lleva su nombre.