EL DESDICHADO REINADO DE GARCÍA ÍÑIGUEZ I DE NAVARRA
Siguiendo con el ciclo de
entradas sobre reyes poco conocidos de la Historia de España, hoy me voy a dedicar
a la figura de García Íñiguez. Un rey que prometía mucho, pero que, debido a
las circunstancias de su época, se estropeó su reinado.
No se conoce bien ni el año, ni
el lugar de su nacimiento. Sólo se puede afirmar que fue en el siglo IX.
Fue hijo del gran Íñigo Arista,
una figura esencial en la Historia de Navarra, pues se le considera el iniciador
de su monarquía. Incluso, es importante mencionar que una hija de Arista casó
con uno de los miembros de la familia Banu Qasi, de Tudela. Lo cual hizo que se
estrecharan aún más los lazos de mutua defensa de estos dos reinos, aunque tuvieran
religiones diferentes. Así los de Tudela consiguieron un aliado para independizarse
de Córdoba y los
de Pamplona otro para independizarse del Imperio carolingio.
de Pamplona otro para independizarse del Imperio carolingio.
Así, en 824, el emperador
Ludovico Pío, hijo y sucesor del gran Carlomagno, envió sus tropas a la Península
Ibérica para castigar las inquietudes independentistas de los territorios de
Navarra y Aragón, ambos en la Marca Hispánica, llamada así por ser la frontera
entre sus dominios y los musulmanes.
Estas fuerzas, que iban al mando
de los condes Eblo y Aznar, consiguieron penetrar en Pamplona y llevarse un
importante botín.
Al retirarse hacia lo que hoy es
el territorio francés, justo al pasar por el puerto de Roncesvalles, se
reprodujo el caso de la derrota de Roldán en 778.
Las tropas imperiales sufrieron
en ese puerto el ataque conjunto de las fuerzas de Íñigo Arista, con sus tropas
navarras; Musa ibn Musa, con sus tropas muladíes tudelanas; y García el Malo,
con sus tropas del condado de Aragón.
La derrota imperial fue
estrepitosa. En cuanto a sus líderes, Aznar, que era vasco y tenía parientes y
amigos entre los navarros, fue liberado tras jurar no volver a atacarles. Por
otra parte, el conde Eblo, no tuvo la misma suerte, pues fue enviado a Córdoba,
en calidad de regalo al emir Abderramán II, a fin de ganar su apoyo ante futuras
invasiones de las tropas imperiales.
Volviendo a nuestro personaje,
García Íñiguez I, hijo de Íñigo Arista, sabemos que comienza su reinado en 852,
a la muerte de su padre, aunque es posible que interviniera mucho antes, pues,
seguramente, tendría que suplir a su padre en muchas ocasiones a causa de la
parálisis que le aquejó en los últimos años de su reinado.
En 843 ayudó a su tío, Musa ibn
Musa, a luchar por la independencia de los Banu Qasi del emirato de Córdoba.
Eso les costó a ambos una amplia derrota, frente a las tropas cordobesas.
En 859, nada menos que los
famosos vikingos, desembarcaron en algún lugar de Guipúzcoa y desde allí
llegaron hasta Pamplona. El rey les hizo frente, pero fue derrotado y hecho
prisionero. Tuvo que pagar un alto rescate para conseguir su liberación.
Al tema de los vikingos en
España, seguramente, dedicaré próximamente otra entrada.
Realmente, lo que más le molestó
al monarca fue que, a pesar de ser avisados sus parientes y aliados, los Banu
Qasi, no quisieron ayudarle. Así que decidió cambiar de aliado, casándose con
Leodegundia, hija del rey Ordoño I de Asturias.
Por eso, cuando, más tarde, se
produjo un enfrentamiento entre Asturias y los Banu Qasi, los navarros no dudarán
en luchar del lado de los asturianos.
Concretamente, en 860, la alianza
entre asturianos y navarros consiguió la victoria en la batalla de Albelda,
frente a las fuerzas de los Banu Qasi, feudatarias de Córdoba.
Durante su reinado se fomentó el
tránsito de los peregrinos hacia Santiago de Compostela, poniendo las bases del
llamado “Camino de Santiago”.
Como el rey navarro se decidió
por ampliar sus dominios hacia la Rioja, el emir de Córdoba, Muhammad I, se
decidió por realizar un ataque preventivo en 860 y arrasar Pamplona.
García volvió a ser derrotado,
esta vez a manos de los musulmanes, los cuales le convirtieron en tributario
suyo y, además, le exigieron que les cediera a su hijo, Fortún Garcés, para
garantizar el pago de esas cantidades.
A pesar de su nombre, Fortún, no tuvo
mucha fortuna, pues fue capturado, junto con su hija Oneca, en un pueblo
llamado Milagro y tuvo que permanecer unos 20 años como cautivo en la poderosa
Córdoba. Tampoco sería muy agraciado físicamente, pues se le apodó “el Tuerto”.
Al morir su padre, en 870, defendiendo
el catillo de Aibar del asedio musulmán, no pudo heredar el reino, a causa de
su cautiverio. En su lugar, García Jiménez, ocupó el puesto de regente del
reino.
Realmente, no se conoce bien la
relación entre ellos, aunque algunos autores afirman que el regente era hermano
de Íñigo Arista.
Lo único cierto es que, al
regreso del desdichado Fortún, procedente de su cautiverio en Córdoba, donde
había sido muy bien tratado por los musulmanes, fue encerrado, por orden del
regente, en el monasterio de Leire, donde acabó sus días.
Otros autores dicen que fue él
quien se retiró voluntariamente a ese monasterio, dado que ya tenía una edad
avanzada para esa época y por las presiones de Sancho Garcés I.
El regente dio lugar a una nueva
dinastía, llamada Jimena, que dio grandes reyes a Navarra, como Sancho Garcés I.
No me gustaría acabar sin pasar por
alto la figura de Oneca Fortúnez, hija de Fortún, que compartió cautiverio con
su padre en Córdoba.
Esta figura es muy interesante,
pues, en su momento, fue una especie de nexo, que sirvió para emparentar la
dinastía califal con los reinos cristianos.
Su belleza fue muy alabada pro los
cronistas musulmanes, quizás, por eso, casó, alrededor del 862, con un príncipe
de la famosa dinastía Omeya, Abdullah, hijo Muhammad I.
Incluso, algunos afirman que se convirtió
al Islam. Lo cierto es que le dio un hijo llamado Muhammad, nacido en 864.
También tuvieron dos hijas más.
En 888, su marido se convirtió en
el nuevo emir, tras el fallecimiento de su padre, y el hijo de Oneca fue
nombrado sucesor al trono.
Como en esta historia no hay nada
normal, pues Muhammad no llegó a ocupar el trono, porque fue asesinado por su
hermanastro, Al Mutarrif, el cual luego fue ejecutado por orden de su padre.
Así que el nuevo sucesor era un
bebé, hijo del asesinado Muhammad, pues nació 3 semanas antes de la muerte de
su padre. Este bebé tendría un puesto de honor en las Historia. Sería nada
menos que el califa Abderramán III.
Este califa nunca pudo disimular
su origen, pues era pelirrojo y con ojos azules, aunque se tenía el pelo a
menudo para no parecer un extraño al resto de los musulmanes. Su madre, Muzna,
también era del norte de la península.
Como ya mencioné antes que Oneca fue
una especie de nexo entre los diferentes reinos peninsulares, hay que mencionar,
que, al abandonar su padre el cautiverio en Córdoba, le siguió a Navarra.
Ya, con unos 30 años, casó con su
primo el conde Aznar Sánchez de Larraun. Tuvieron 3 hijos. Sancho, del que se
supone que moriría joven. Toda Aznárez, que casó con el rey Sancho I Garcés de Pamplona,
uniendo así las dos dinastías navarras, Íñiguez y Jimena. Sancha Aznárez casó
con Jimeno Garcés, hermano del rey y, posteriormente, sucesor de éste.
Algunos elevan la importancia de
Oneca, indicando que, por una parte, fue abuela del califa Abderramán III y, a
la vez, también de García Sánchez I de Navarra, del cual descendieron muchos
reyes españoles.
Si alguno ha leído mi anterior
entrada sobre Sancho I de León, el rey obeso, habrá visto ahí la figura de Toda
Aznárez y sus gestiones diplomáticas con su pariente, Abderramán III.
Como habréis podido ver, en
aquella época, no eran tan diferentes los moros de los cristianos a pesar de lo
que nos hayan enseñado de pequeños en la escuela.