sábado, 6 de febrero de 2016

FERNANDO III DE CASTILLA





Fernando III de Castilla (Peleas de Arriba, Zamora o Bolaños de Calatrava, Ciudad Real, c. 5 de agosto de 1199 – Sevilla, 30 de mayo de 1252), llamado el Santo, rey de Castilla[1] (1217 – 1252) y de León[1] (1230 – 1252). Hijo de Berenguela I, reina de Castilla, y de Alfonso IX, rey de León. Durante su reinado se unificaron definitivamente las coronas de Castilla y León, que habían permanecido divididas desde la época de Alfonso VII el Emperador, quien a su muerte las repartió entre sus hijos, los infantes Fernando y Sancho.

Durante su reinado fueron conquistadas y arrebatadas a los musulmanes, en el marco de la Reconquista, entre otras plazas, las ciudades de Córdoba, Sevilla, Jaén y Murcia, obligando con ello a retroceder a los reinos musulmanes, que, al finalizar el reinado de Fernando III el Santo, únicamente poseían en la Península Ibérica las actuales provincias de Huelva, Cádiz, Málaga, Granada y Almería.

Fue canonizado en 1671, siendo papa Clemente X, y reinando en España Carlos II.

A la muerte de su padre, Alfonso IX, rey de León, en 1230, los partidarios de Fernando no respetaron su testamento, reivindicando el trono de León, que el rey, su padre, había legado a Sancha y Dulce, hijas de su matrimonio con Teresa de Portugal. Tras una reunión entre las dos reinas consortes, Teresa de Portugal y Berenguela de Castilla, se firma el Tratado de Valencia de Don Juan, en el que se declara la inviabilidad del testamento de Alfonso IX y el traspaso de la corona de León a Fernando a cambio de una compensación económica a Dulce y Sancha, que incluía la cesión de tierras que se reincorporarían a Castilla cuando éstas murieran. De ese modo se unieron dinásticamente -siguieron conservando Cortes, leyes e instituciones diferentes- León y Castilla en la persona de Fernando.

Tras lograr la unión de sus reinos, se dedica de manera sistemática a la conquista del valle del Guadalquivir. En 1231 tomó la plaza de Cazorla en Jaén, junto al arzobispo de Toledo, Rodrigo Jiménez de Rada. Las fuerzas reales se adueñan posteriormente de la campiña cordobesa y de forma inesperada se apoderan de la capital cordobesa en 1236. En 1240 se apoderó de Lucena. En 1243, el rey del taifa de Murcia se sometió a vasallaje y poco después su hijo, el Infante Alfonso, ocupó el reino murciano de forma pacífica. En 1244, se establecen las fronteras con el Reino de Aragón en el Tratado de Almizra, asignando al reino de Castilla las plazas de Orihuela, Elche y Alicante.
Desde entonces fue avanzando por el Guadalquivir. Jaén es conquistada tras años de ataques en 1246, y en noviembre del año 1248 se apodera de Sevilla, tras quince meses de asedio y con el auxilio del marino Ramón de Bonifaz, a quien el rey había encargado en 1247 la formación de una flota con naves procedentes del Cantábrico y con la que habría de remontar el río Guadalquivir y completar el cerco sobre la ciudad. A la toma de Sevilla siguió la de Medina Sidonia y Arcos de la Frontera, entre otras. Cuando falleció en 1252, preparaba una expedición contra el norte de África, tratando de evitar las posibles

Tras la invasión musulmana y las capitulaciones de Teodomiro, poco a poco fueron asentándose en el sureste peninsular diversos contingentes musulmanes: sirios y egipcios se unieron a la población hispano-visigoda previa; ésta última, con el tiempo, se vio dividida entre mozárabes y muladíes, al convertirse buena parte de ella al islam. El componente bereber, más pobre, tendió a asentarse en las tierras interiores del reino, menos feraces.

Durante la dominación musulmana, Murcia estaba muy integrada en los circuitos comerciales del mundo musulmán. Poseía una buena densidad de población (ver tabla), no sólo en las ciudades sino también en poblamientos más pequeños y dispersos (alquerías) tanto en las sierras del Noroeste como en los tramos más meridionales.

Debemos tener presente que la conquista castellana se produce como consecuencia de un proceso paulatino de debilitamiento militar del emirato hudita: razzias primero, parias después, para seguir con el protectorado y la ocupación final. Sin embargo, el proceso condujo a la huida de los musulmanes que, supuestamente, debían haber seguido explotando las tierras. Pese a las disposiciones repobladoras y los privilegios de Alfonso X, los musulmanes murcianos habían abandonado el reino 60 años después de su conquista.


Los motivos castellanos para afrontar la conquista se pueden resumir en:

. Asegurarse un puerto natural (Cartagena), estratégico y bien defendido, en el Mediterráneo.
. Cortar la expansión meridional de la Corona de Aragón.
. Abrir un segundo frente con Granada y, a consecuencia del primer punto, bloquear más eficazmente el tráfico marítimo granadino.

En la primavera de 1243, el Infante don Alfonso, en nombre de su padre, Fernando III de Castilla y León, e Ibn Hud firman el Tratado de Alcaraz por el que el emirato musulmán de Murcia se somete al protectorado de Castilla. Las ciudades que no aceptaron el Tratado de Alcaraz (Mula, Lorca, Cartagena) fueron conquistadas militarmente y quedaron desde el principio bajo la autoridad directa del rey castellano. Aunque la repoblación no fue muy numerosa, sí que provocó una primitiva castellanización de tales territorios; naturalmente, por sus ventajas materiales, se adoptaron técnicas y costumbres musulmanas en cuanto a la explotación de la tierra.

Parece segura la existencia de población mozárabe en el reino, en varias localidades y pequeños núcleos. Existió un resurgimiento mozárabe en el siglo XI, manteniéndose la lengua romance, como atestigua Ibn Sida, sabio murciano, en su diccionario Almojaris. Al punto de la conquista, sin embargo, su número era muy escaso por las persecuciones a que fueron sometidos por los almohades.


En la Huerta de Murcia, el poblamiento castellano se concentró en la ciudad, permaneciendo los mudéjares en el campo, como propietarios de las tierras. A partir de 1257 se va incrementando la penetración castellana en la huerta por donadío de Alfonso X a los castellanos de la ciudad.

La escasa población castellana, la presión sobre la población mudéjar, la guerra con Granada e incumplimientos sobre las capitulaciones del emirato, provocaron la sublevación mudéjar de 1264-66:

La Donación a Órdenes Militares aseguró el Noroeste del reino. La orden de Santiago dominaba el curso alto del río Segura desde Segura de la Sierra. La del Temple controlaba Caravaca, Cehegín y Bullas. La orden de San Juan de Jerusalén señoreaba Calasparra y Archena.

Tras la sublevación de 1264 y la capitulación de febrero de 1266, se llevó a cabo la segunda repartición, por Jaime I el Conquistador. Al ejército aragonés se le unió un fuerte contingente castellano que logró, por sí mismo, recuperar la totalidad de la provincia a excepción del norte del reino, la capital y su área. Una vez aplastada la sublevación, había que repoblar pero manteniendo la masa de población musulmana, como única mano de obra cualificada, capaz del trabajo y aprovechamiento de las tierras.

La situación demográfica consistía en una mayor densidad de población musulmana; una mayoría, al comienzo y en proporción, de gentes de la Corona de Aragón (los 10.000 peones que Jaime I licencia y asienta tras la represión de la sublevación mudéjar) y falta de pobladores castellanos. Muchos de éstos últimos, sin embargo, pertenecían al contingente castellano que recuperó Lorca y Cartagena. Los aragoneses y catalanes fueron incorporados a los usos y leyes de la Corona de Castilla; no obstante, en los primeros años se usó indistintamente, en el noreste del reino y en la capital, del derecho castellano y del aragonés. El 16 de mayo de 1272, Alfonso X dispuso que sólo tuviera vigencia el fuero que había concedido a Murcia. Ya por esas fechas, habían abandonado el reino gran cantidad de mudéjares.

La política aragonesa de repoblación la reflejó el propio rey don Jaime I, cuando decía que prefería "dotar espléndidamente a cien ricos hombres ("hombres de valor") que quedaran en la ciudad y tuvieran fuerzas suficientes para defenderla y asegurar su permanencia a la Corona de Castilla. Tales donaciones debían ser grandes propiedades de más de 200 tahúllas (223.580 metros cuadrados).

Por contra, la política castellana de repoblación, basada en la experiencia sevillana y en el mejor conocimiento del terreno, prefería muchos pobladores en repartos metódicos y de no mucha extensión, que sirvieran para incorporar rápidamente al reino de Murcia las costumbres, leyes y usos de Castilla; igualmente, la poca extensión de las tierras concedidas y su diseminación (cuando se concedían varios lotes a una misma persona) aseguraban la desconcentración del poder nobiliario y la preeminencia de los Concejos de realengo. Se crearon Concejos de gran extensión: Murcia, Orihuela, Cartagena, Lorca, Alicante, Mula.

Finalmente, quedó sin efecto la capitulación firmada por los mudéjares sublevados con Jaime I. Se les aseguró libertad, posesiones y rentas suficientes para que no abandonaran el territorio: les quedó, aproximadamente, la mitad de la ciudad y su arrabal de la Arrixaca. La castellanización mantuvo la discriminación de musulmanes y judíos respecto a los cristianos (invirtiendo la distribución del poblamiento capitalino; los cristianos y mozárabes, intramuros; musulmanes y judíos, extramuros). También se fusionaron en la capital, bajo el concepto de "vecinos de Murcia", los pobladores aragoneses, catalanes, ultrapirenaicos, italianos y castellanos. Quedaron distribuidos por parroquias, como aún se puede percibir a día de hoy.

Conforme disminuya la población mudéjar (por emigración a Granada), decrecerá la prosperidad económica. La ocupación aragonesa entre 1296 y 1305, supondrá la pérdida casi completa de población mudéjar. El abandono de las tierras de cultivo promoverá el desarrollo de la ganadería. Tras la paz con Aragón, con la Sentencia de Torrella (1304), el foco de inestabilidad pasó a la frontera sur con Granada, con constantes razzias que alcanzan la huerta de la misma capital.

Contra Granada entablan los repobladores combates y correrías. Hasta la expulsión de los moriscos, en el siglo XVII, Murcia es, humanamente, una masa, principalmente cristiana, insertada entre dos territorios (Granada y Valencia) con abundante población mudéjar.

En estas condiciones, la organización económica se orienta a la autosuficiencia: Las guarniciones protegen a pastores y campesinos y se dejó la explotación de grandes superficies. Como consecuencia, se reconstruyó la masa forestal y la fauna, se desarrolló la apicultura y el pastoreo. Al coincidir la conquista castellana (1266) con la formación de la Mesta (1273), los grandes rebaños transhumantes de La Mancha y Cuenca acceden a los pastos de invierno del Campo de Cartagena.

A lo anterior se debe añadir la industria de guerra, subvencionada por los municipios, el botín, el tráfico de esclavos y los rescates de prisioneros, sobre todo en Lorca y Cartagena.

En cuanto a los repobladores, se trató de asegurar a cada cual, según su nivel social, un medio económico suficiente para mantener un nivel de vida que aún les permitiera esperanzas de mejora.

Damos a continuación unas cifras referentes a los repartimientos y repoblación de dos áreas significativas que nos ilustrarán un poco sobre aquellos que, tras jugarse la vida en la reconquista del reino, fueron gratificados son tierras y casas. En la Huerta de Murcia se asentaron sobre tres mil pobladores, de los cuales unos 400 serían religiosos. Como tales pobladores llevarían consigo a sus familias, considerando una media de 4 personas por familia, obtendríamos un total de unas 10.200 personas.

En el Campo de Cartagena, la rambla del Albujón constituyó la divisoria entre el Concejo de Murcia y el de Cartagena. El campo de Cartagena tuvo un uso, especialmente, como pastos de ganado caprino y lanar en régimen de transhumancia. Sus repobladores fueron, sobre todo, catalanes y castellanos. La población mudéjar pasó a trabajar la tierra en calidad de arrendatarios de las familias repobladoras, que no siempre estuvieron presentes.

Del estudio de los apellidos de los repobladores del Campo de Cartagena, se sigue en el siglo XIII que, de 128 repobladores, 80 son catalanes, lo que resultaría en unas 512 personas. En la 1ª mitad del s. XVI, resultan 489 repobladores (45 catalanes) que resultarían en unas 1.956 personas. En la 2ª mitad del s. XVI, de 31 repobladores, 8 son catalanes, que resultarían en unas 124 personas. En el s. XVII se asientan 102 pobladores (24 catalanes), lo que resulta en unas 408 personas.


Mapa de repoblamiento.

1.- Huerta de Murcia y Orihuela y Noreste del Reino.- Más de la mitad: catalanes, aragoneses, valencianos y mallorquines; una cuarta parte: castellanos; otra cuarta parte: ultrapirenaicos e italianos.

2.- Costa. (Cartagena, La Unión, Mazarrón).- Siglo XIII: Dos tercios de catalanes, aragoneses, valencianos; una cuarta parte: castellanos; resto: ultrapirenaicos e italianos. Sin embargo, en siglos sucesivos (XVI y XVII) la proporción se invirtió. A partir de 1830, la zona costera comprendida entre La Unión y Mazarrón vió doblarse su población a consecuencia de las explotaciones mineras; el principal componente de esta inmigración fue andaluz.

3.- Altiplano.- Más de la mitad: castellanos; sobre un tercio: catalanes o aragoneses.

4.- Lorca (Comarca del Guadalentín).- Más de la mitad: castellanos; sobre un tercio: catalanes o aragoneses.

5.- Noroeste de Murcia.- Órdenes Militares: castellanos.

Hemos de considerar, para completar este cuadro general, que en el siglo XIV se produjo una gran crisis. Hubo guerra con Granada y Aragón, hambre y una peste que mató a la mitad de la población. Al final de este siglo el reino apenas contaba con unos 30.000 habitantes, un tercio de ellos en la capital. Murcia tenía 10.000 habitantes, Chinchilla: 4.000, Lorca: 3.000, Albacete: 1.500, Cartagena: 800.


Los repoblamientos de la primera mitad del siglo XV tienen un fuerte componente humano procedente de la Corona de Aragón. También se incorporan musulmanes de esa procedencia y algunos granadinos. Ocuparán poblamientos del interior (Ricote o Albudeite, por ejemplo). Una población de unos 30 000 murcianos, sobre el tercer cuarto del siglo XV, hace que la iniciativa militar frente a Granada se vaya decantando hacia el lado cristiano.

Al terminar la Reconquista, en 1492, y producirse la unidad ibérica, Murcia se ve libre de su condición de frontera militar con dos reinos. Permanece aún el peligro procedente de los piratas berberiscos, pero éste es ya un peligro muy limitado, en el espacio, a las zonas costeras. Los Reyes Católicos inician una política de limitación de los señoríos y aumento de la base territorial de realengo.

El efecto económico es que Murcia se incorpora a Europa como una región periférica: produce materias primas y consume manufacturas. Al ser un territorio fronterizo durante casi 250 años, se aúnan el despoblamiento y la baja producción agrícola.

La expulsión de los judíos, en 1492, tuvo relativamente poca importancia demográfica en Murcia. Su hueco, más sensible, en la organización económica fue ocupado por extranjeros o por los que optaron por la conversión.

Más importantes fueron los movimientos humanos hacia el exterior. La guerra con Granada no significó sólo pérdidas en combate, también y en mayor medida por el establecimiento de murcianos en las tierras conquistadas (por ejemplo, en 1503, en Baza, fueron establecidos 141 caballeros y peones murcianos, con sus familias). Hasta el siglo XIX, inclusive, muchos murciano emigrarán a Andalucía en épocas de hambres, crisis o epidemias.

Para compensar, los señores y comendadores aprovecharon para repoblar ciertos lugares con musulmanes procedentes del reino de Granada.


Conforme se incrementaron los esfuerzos para lograr la unificación religiosa, se aproximó la hora de la conversión forzosa o la expulsión. Ya en 1503 los moros de Murcia se adelantan a la orden real y solicitan la conversión. ¿Qué los motivó?.

Básicamente, lo mismo que a los hispano-godos que se convirtieron al Islam 800 años atrás: vivir en paz y, sobre todo, acceder a un status jurídico superior que mejoraría sensiblemente sus obligaciones fiscales y sus derechos políticos. Rápidamente se encargarían de ejercer sus nuevos derechos con la interposición de pleitos donde hacen valer su derecho a sus peticiones por su, precisamente, condición de "nuevos cristianos" o "antiguos moros".

Para 1530, la población morisca suponía un 15 % (7 500 personas, aproximadamente) de los habitantes del Reino. Pero no debemos llamarnos a engaño; se ha perdido la continuidad humana y cultural entre el antiguo emirato y el nuevo Reino. Éstos no son descendientes de los primitivos pobladores o de los invasores bereberes, egipcios y sirios asentados a lo largo de los siglos VIII al IX. Unos de procedencia hispana, otros de ascendencia asiática o africana pero, en suma, ajenos a una tierra de pobladores mayoritariamente cristianos que al fin les asimilaría o expulsaría en el siglo XVII.